Siempre había escuchado decir a mis amigas mamás que se enamoraron de sus hijos al momento de nacer, que fue cuando lo tuvieron por primera vez en los brazos que sintieron una conexión mágica. Pues a mí no me pasó eso y se los cuento por si les pasa, para que no se sientan mal.
Tuve un embarazo súper bueno, nunca sentí nauseas y en vez de sueño y cansancio, yo sentí extra energía que me tuvo muy activa con ganas de hacer cosas. Después vino el parto y el esperado momento de conocer a mi guagua, y con eso, el supuesto enamoramiento inmediato, pero cuando me la pusieron en el pecho para el apego, yo la verdad, es que no lo sentí. Para mí fue más bien una mezcla entre nervios y asombro de cómo ese bulto había salido por “ahí” (tuve parto normal), además yo todavía estaba concentrada en lo que estaban haciendo mi gine y mi matrona que seguían entre mis rodillas. Después de un rato se la llevaron para medir y esas cosas que le toca protagonizar al padre, y cuando me la trajeron de vuelta ya con ropa, tranquila, sin llorar y sin todo el pegote con el que salen, la tomé entre mis brazos, la miré y… nada, dónde estaba el amor? Sentía cosas pero nada que se pareciera al amor. Les juro que cuando nos dejaron solas en la pieza, mi primer pensamiento fue “qué hago ahora?” y no les miento que las primeras palabras que le dije fueron – “hola, mi nombre es Paula y soy tu mamá”.
Para mí el enamoramiento a diferencia de muchas, no fue inmediato ni tampoco fue al otro día. Fue creciendo con el tiempo, a medida que nos fuimos conociendo y adaptando, y no fue de golpe, sino que fue creciendo de a poco hasta volverse a lo que es ahora, un amor infinito.
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